“La Naturaleza las ha hecho hechiceras”. Es su propio genio.
Su temperamento femenino. La mujer nace ya hada. En los periodos de exaltación,
que se suceden regularmente, se convierte en Sibila. Por amor en Maga. Por su
agudeza, su astucia (a menudo fantástica y bienhechora) es una bruja hechicera
que atrae la buena suerte, o, por lo menos, alivia las desgracias.
Todos los pueblos
primitivos empiezan de la misma manera, como lo vemos por los viajes. El hombre
caza y combate. La mujer piensa e imagina, engendra a los sueños y a los
dioses; ciertos días se vuelve vidente, roza el infinito del deseo y del sueño.
Para contar mejor el tiempo, observa el cielo, sin perder su interés por la
tierra. Cuando joven y hermosa contempla las flores y las conoce muy bien. Más
tarde, ya mujer, las utiliza para curar a aquellos que ama.

Una religión fuerte y viva, como lo fue el paganismo,
empieza con la Sibila y termina con la Bruja. La primera, virgen y bella, lo
arrulló a la luz del día, le dio el encanto y la aureola. Más tarde, enfermo, decaído,
en las tinieblas de la Edad Media, en las landas y en los bosques, la bruja lo
mantiene oculto; su intrépida piedad le alimentó y le ayudó a sobrevivir. Así,
para las religiones, la mujer es madre, tierna guardiana y nodriza fiel. Los
dioses son como los hombres; nacen y mueren en su seno.
¡Su fidelidad le ha costado cara!... ¡Reinas y magas de Persia,
encantadora Circe, sublime Sibila!, ¿en
qué os habéis convertido?, ¿qué bárbara transformación habéis
sufrido?...Aquella que, desde el trono de Oriente, enseñó las virtudes de las
plantas y los caminos de las estrellas, aquella que, desde el trípode de Delfos,
iluminada por el Dios de la luz, concedía sus oráculos a la gente arrodillada a
sus pies. Aquella mil años después será perseguida y cazada como una bestia
salvaje, deshonrada, lapidada, arrojada a la hoguera.
Las
brujas. Un estudio de las supersticiones en la Edad Media. Jules Michelet (Ed. AKAL, 2009)
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