La “sociedad” es una construcción injertada en la propia naturaleza humana. Busca la
acomodación frente a sus debilidades e “insignificancias” en un armazón articulado
que la proteja (como a Ellen Ripley frente al alien en la película de James Cameron). La
perfección de la estructura hace que un “porcentaje” de seres
humanos quedemos imposibilitados para adaptarnos al traje metálico…Creo que es hora de
rediseñar la escafandra humana para que podamos hallar acomodo todas y todos
sin excepción.
La
diversidad funcional no tiene nada que ver con la enfermedad, la deficiencia,
la parálisis, el retraso, etc. Toda esta terminología viene derivada de la
tradicional visión del modelo médico de
la diversidad funcional, en la que se presenta a la persona diferente como una
persona biológicamente imperfecta que hay que rehabilitar y “arreglar” para
restaurar unos teóricos patrones de “normalidad” que nunca han
existido, que no existen y que en el futuro es poco probable que existan precisamente
a los avances médicos.
Entendemos
que las mujeres y los hombres con diversidad funcional tienen que ver con
sociedades que, siendo intrínsecamente imperfectas, han establecido un modelo
de perfección al que ningún miembro concreto de ellos tiene acceso, y que
definen la manera de ser física, sensorial o psicológicamente, y las reglas de
funcionamiento social. Y que este modelo
está relacionado con las ideas de perfección y “normalidad” establecidas
por un amplio sector que tiene poder y por el concepto de mayorías meramente
cuantitativas.
Estas
mayorías se han mantenido a lo largo de los siglos y es por ello que los
intentos de cambio terminológico han tenido poco resultado, ya que en su mayor
parte han sido propuestos desde la niebla mental producido por miles de años de
opresión, discriminación y segregación.
Los
intentos de trasladar todo o parte del problema a la sociedad, proponiendo
términos como “restricciones de participación” no han tenido ningún éxito porque,
en el fondo, la sociedad sigue pensando y creyendo que gran parte del problema
está en el sujeto con diversidad funcional. De hecho, y en general, las propias
mujeres y hombres con diversidad funcional prefieren los términos que designan
directamente sus deficiencias tales como sordo, ciego, tetrapléjico, etc., porque constatan una realidad de su
propia vida y muchos de ellos ya no le ven el valor negativo.
Por lo
tanto, los intentos de desplazar el “problema” completamente a la persona o
completamente a la sociedad, no han tenido demasiado éxito.
En esta
propuesta, buscamos un lugar intermedio que no obvie la realidad. Las mujeres y
los hombres con diversidad funcional somos diferentes, desde el punto de vista
biofísico, de la mayor parte de la población. Al tener características
diferentes, y dadas las condiciones de entorno generadas por la sociedad, nos
vemos obligados a realizar las mismas tareas o funciones de una manera
diferente, algunas veces a través de terceras personas.
Diversidad
funcional, nuevo término para la lucha por la dignidad en la diversidad del ser
humano. Javier Romañach y Manuel Lobato (Foro de Vida Independiente, 2005).
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